miércoles, 3 de junio de 2020

La educación cristiana en una nación laica

“No puedo negar lo que creo, no puedo ser lo que no soy”

Retomemos los principios fundamentales de la educación en México, consagrados en el artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Resumidos bajo la ya clásica frase: “La educación en México debe ser laica y gratuita”.

Pues bien, en realidad, un colegio que ofrece entre sus valores formación cristiana, no cumple con ninguno de los dos criterios: laicidad y gratuidad. Sin embargo, recordemos que estos principios se refieren a la educación “impartida por el Estado”.

La contradicción del “modus vivendi iurisque” mexicano

Bien sabemos que la historia de México ha sido, por un lado, una aventura humana apasionante: las grandes culturas, los saberes de nuestros “abuelos”, arquitectura imponente, pasado prehispánico y colonial glorioso; en su momento, quizá, estuvimos en la cumbre de las naciones. Por otro lado, ha sido también una aventura muy desafortunada, especialmente desde nuestros inicios como nación independiente: tantas traiciones, tantos proyectos no logrados, imperios caídos, ideales derribados, gobiernos dictatoriales, guerras fratricidas, reformas nacidas de la nada; “la nada del mexicano”, solía decir la emperatriz Carlota.

Lo cierto es que, tanto en México como en el mundo, el papel de la Iglesia cristiana-católica en materia de educación ha sido, en gran parte de esta historia de la humanidad, fundamental. 

Hoy en día, muchos historiadores, pedagogos y demagogos han intentado minimizar dicho papel y tales sustanciales contribuciones eclesiásticas argumentando épocas de oscurantismo científico y cultural: nada más lejano a la verdad. Verdaderamente la Iglesia, como institución, ha dado al mundo desde las bases de organización de la enseñanza, como los fundamentos ideológicos y filosóficos de la pedagogía moderna, así como grandes y renombrados pedagogos y científicos de la educación: todo el movimiento de la escolástica, la sistematización del saber en ciencias durante el renacimiento, la organización escolar y hasta las llamadas “escuelas normales” para la formación profesional de los maestros han salido de sus filas; Tomás de Aquino, Ignacio de Loyola, Juan Amós Comenio, José de Calasanz,  Blas Pascal, Juan Bautista de la Salle, Víctor García Hoz; los primeros misioneros y educadores en México: Pedro de Gante, Vasco de Quiroga, Bartolomé de las Casas, Alonso de la Vera Cruz, Bernardino de Sahagún, junto con los padres jesuitas, dominicos, agustinos y franciscanos, etc…

Resulta hartamente curioso que estos pilares de la educación, no sólo mexicana sino mundial hoy resulten desconocidos, ignorados y hasta negados, todo por un solo “principio”: laicidad de la educación, nación laica… Grave error de comprensión y significados, como siempre, relativizados que provocan malos entendidos, confusiones peligrosas y hasta guerras fratricidas.

El Término “Laico”

El término laico-a, de inicio, significa: aquella persona que no pertenece al estado clerical. No pertenecer al estado clerical no significa que no se tenga o se viva fe religiosa alguna, sólo niega su pertenencia al clero, en el sentido meramente jerárquico de la Iglesia. Por lo tanto, afirmar que tanto el Estado Mexicano, como la educación en México han de ser “laicas”; luego entonces, supone una educación que no depende ni es impartida por clérigos. Insisto, el término no niega religión o creencia alguna.

Sin embargo, para la Constitución Mexicana, como para los políticos mexicanos, muchos de ellos muy ignorantes, el término se utiliza como un sinónimo de todo lo antirreligioso. En realidad, México como Estado, y como sistema educativo es, en realidad, aconfesional o, incluso, ateo. Lo aconfesional y ateo, como se puede ver desde su significado, implica el no comprometerse con ideal o ideología alguna, lo cual, en el caso de la definición de educación en la CPEUM, es totalmente una incoherencia y hasta una total contradicción, porque, como veremos enseguida, el Estado pretende inculcar justamente eso, un ideal y una ideología que, obviamente, no se le puede negar a nadie, y nadie podría vivir o normar su vida sin ello.

Educación laica y educación cristiana

Ahora bien, si analizamos los conceptos de educación, el Estado propone, en el artículo 3º de la CPEUM, que “La educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente, todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la Patria, el respeto a los derechos humanos y la conciencia de la solidaridad internacional, en la independencia y en la justicia”. Sus valores e ideales educativos y sociales quedan claramente explícitos en el texto.

La Iglesia católica, vía la Conferencia del Episcopado Mexicano, en el documento “Educar para una nueva sociedad” propone: “comunicar desde una experiencia previa para construir una realidad humana nueva. Es un camino siempre abierto para llegar a la meta de la propia realización. Es formar e impulsar a una persona para que logre el desarrollo de su conciencia y alcance la madurez de su ser. Desarrollar integral y armónicamente las capacidades de cada ser humano. Vivir para realizarnos. Perfeccionar al ser humano a través del desarrollo de virtudes que enriquecen a la propia persona, al mundo y a los demás. Introducirnos a la totalidad de los factores que integran la realidad sin negar ninguno, descubriendo su significado último y valorando cada uno en su justa dimensión. Afirmamos entonces que educar es recibir de otros para crecer uno mismo en orden a la propia realización en apertura a los demás, al mundo y a Dios. El proceso educativo incluye, por ello, no sólo al sujeto que educa, sino también al que comunica con sabiduría todo el entorno que propiciará el aprendizaje y la formación” (Cf. n. 44). Así, la Iglesia católica en México se plantea que la verdadera educación conduce a la participación, a la formación de la conciencia, a la búsqueda de la verdad y al ejercicio de la libertad.

Ambas propuestas, más que contradecirse, se complementan una a la otra, y hasta se incluyen mutuamente. Miramos entonces, que no debiera existir conflicto alguno si, en el caso de México, el particular al que se le concesiona la participación en la educación incluyera en su currícula un ideario de inspiración cristiana.

El problema central es que, a partir del principio de laicidad, tanto del Estado Mexicano, como de la educación en México, hemos experimentado una especie de guerra y negación contra todo lo que “huela” a religión en general, especialmente si ésta es de inspiración cristiana en específico, y católica en particular. Todo lo cual ha implicado que en esa “guerra y negación” se haya excluido por mucho tiempo (casi desde 1857) todo tipo de valores, virtudes, ideales y hasta fundamentos humanos universales, por tener, precisamente, esa característica u olor a cristianismo; aun cuando se trata de valores y fundamentos ideológicos humanos éticos universales (que no morales, lo que sí implica ideología religiosa, no confundamos).

Recientemente, con las reformas educativas que se han verificado desde 1992 a la fecha, se han ido incluyendo todo este tipo de valores, virtudes, ideales y fundamentos ideológicos, pero con un gran defecto: se pretende verlos como innovadores, de reciente cuño, y desligados totalmente de su significado y sentido primigenio, lo cual (además de ser un delito de plagio) ha generado una serie de desafortunadas confusiones y errores que no han permitido que la educación en México alcance sus verdaderos fines e ideales. Al final, no han dejado en el mexicano sino un humanismo aconfesional absurdo, y sin fundamento real, sino sólo un relativismo peligroso y destructor.

Educación “laica” mexicana: humanismo sin fundamento

San Agustín, obispo de Hipona, escribió en sus “Confesiones”: “Si la voluntad no quiere aceptar algo, la mente encuentra siempre razones para no creer”. Y es así el caso de México.

En sí mismas, las reformas han sido buenas, pequeños pasos para conseguir un todo uniforme y estable, incluyendo las últimas. Pero, aunque interesantes, muestran un panorama prometedor que implica tratar tales ideologías educativas con la seriedad que reclaman y con el profesionalismo necesario para no provocar confusión y desasosiego, como ha sucedido últimamente.

Pero, insisto, su fundamento es pobre. En un intento de humanizar al hombre se le desnuda a tal punto que se pierde toda razón fundamental de su propia existencia. Creo, afirmo, que no es posible desenraizar la naturaleza humana de su propio principio y fin. Si separamos al hombre de su propio principio y fin dejamos un hombre que no encuentra sentido a su vida, ni a las formas de vida con las que se encuentra por la simple y sencilla razón de que, en un afán de separarlo de dicho principio y de dicho fin, se le deja solo e indefenso consigo mismo y contra sí mismo, además de contra el resto de la humanidad.

Me refiero propiamente al principio y fin llamado “Dios”. Se coloca al hombre como medida del propio hombre. El resultado es un ciego que guía a otros ciegos. Es decir, ¿cómo lo imperfecto pretende medir lo imperfecto y dictar caminos de perfección? Nada surge de la nada, la Potencia no puede generar el Acto, de la imperfección jamás resultará la perfección, aunque se le mienta a la imperfección de tener esa capacidad. El hombre no puede ser su propia medida. Al intentarlo el resultado es pobre y sin sentido. ¿De dónde manan todas esas leyes, normas y valores con las que se pretenden que el hombre sea realmente hombre? Ciertamente no del mismo hombre. Tenemos que reconocer que el hombre no hace al hombre, aunque el hombre crece con el hombre. El sinsentido de la vida humana empieza aquí, cuando se le separa de su origen, de su naturaleza y de su propia esencia. Quiero enfatizarlo. Dios.

El hombre es capaz de Dios. Su principio, su origen y su fin están enteramente ligados a Él, pues de Él procede y a Él tiende. El hombre no es dueño del Ser, sino que participa de Él porque Él así lo ha decidido en su infinita sabiduría. El hombre no es dueño del Ser porque el ser le ha sido dado y, por lo tanto, él no puede darlo, ni compartirlo siquiera. Hay una fuerza mayor que rige todo el cosmos, humano y extrahumano. Hay quien, en un afán de engrandecer al hombre mismo, se atreve, o bien a negar dicho presupuesto, o a hacerlo a un lado como cosa que estorba. Ese alguien, que se atreve a tanto, definitivamente ha tomado el camino errado, principalmente porque no ha querido tener ese encuentro personal con quien le ha dado el Ser por temor al compromiso y a la entrega que el Ser reclama para sí y para el resto de la humanidad y para el resto de lo que Él ha hecho y engendrado. La libertad no consiste, como piensan algunos, en no tener compromisos que lo “encadenen” a uno; la libertad consiste, justamente, en saber tenerlos, en saberse comprometer, encadenar por amor…

Hombres ciegos que pretenden entender su propia esencia como algo separado de su origen. Esos hombres no tienen ni la menor noción de lo que ser humano implica y significa. Dicen estar de acuerdo al progreso, libres de “mitos” y creencias añejas y arcanas. Cuán equivocados están de pensar que ellos mismos son los creadores de ellos mismos y su entorno. Cuántas palabras vacías han vertido en precioso papel para perjuicio propio y de cuantos les rodean. Ciegos que guían ciegos. Mexicanos que no comprenden su ser, su identidad, su historia.

Conclusión

La educación puede ser “laica” en el sentido real del término, pero no puede ser aconfesional, porque necesariamente el ser humano necesita “confesar” algo, en el sentido de profesar, afirmar una creencia.

Las actuales teorías educativas y pedagógicas que se proponen en México, no pueden estar desenraizadas de lo que nuestra cultura es, de lo que nuestras tradiciones han forjado como identidad propia del mexicano. El mexicano en general se mira a sí mismo como persona de fe (cual sea ésta, desde el relativismo más inhumano, hasta la fe más sublime, pasando, desde luego, por el “guadalupanismo” popular).

La educación laica mexicana no puede, ni debe pretenderlo, negar la tradición histórica y cultural de nuestra patria, ni la universal. Pero tampoco puede, ni debe pretenderlo, copiar modelos educativos pensados para otras naciones, culturas y tradiciones.

Una institución que ofrece educación cristiana, en este sentido, al ser “confesional” de inspiración cristiana-católica e, independientemente de la espiritualidad propia, debe promover ampliamente los valores universales y evangélicos; y al decir “un colegio” me refiero a toda la comunidad educativa: alumnos, profesores, directivos, personal administrativo, intendencia, padres de familia y sociedad que se beneficia de este servicio educativo. Especialmente directivos y profesores, puesto que no podemos enseñar, mucho menos educar, algo que no conocemos, algo en lo que no creemos y algo que ni siquiera vivimos o experienciamos. Humanidad, fe, coherencia, identidad -nacional y cristiana-, son fundamentales en nuestro ejercicio docente diario.